Pastéis de Belém


Los pastéis de Belém tienen una curiosa historia. Parece ser que su confección se realizaba en el monasterio de Santa Maria de Belém, a las afueras de Lisboa. Así fue durante mucho tiempo hasta que la revolución liberal que sacudió Portugal a principios del siglo XIX (que se repetiría en muchos otros lugares como España con la desamortización de Mendizábal) cerró el convento y dejó al cocinero en la calle. El individuo, necesitado de recursos, vendió la receta a una confitería lisboeta que desde entonces (1837) ostenta la patente y el secreto de su confección. En efecto, la  Pastéis de Belém, de la calle Belém,  es la única que conoce la auténtica receta y todo lo que digamos el resto de los mortales es pura aproximación. Este contratiempo no ha acobardado a los imitadores que venden miles de pastelitos de nata o pasteles de Lisboa por todo el Mundo al igual que otros hacen con el también secreto Sacher Torte.

La Pastéis de Belém produce también miles de pastelillos al día y como todo lo que es auténtico hay tal demanda que resulta difícil conseguir unos pocos ejemplares para la merienda o el desayuno. Por si fuera poco se ha convertido en tradición que los enamorados que coman juntos el pastelillo tendrán amor eterno provocando una tremenda desazón entre los abogados portugueses especializados en divorcios que sobrevuelan en círculos la capital lusa pero evitan hacerlo sobre la calle Belém.

El pastéis de Belém es también muy popular en China donde entró a través de la ex colonia portuguesa de Macao y en otras partes del mundo donde se sirve, con diferentes nombres, a través de cadenas de alimentación como el Viena (España) o KFC.

Es de esos dulces que parecen inofensivos pero comes uno y ya no puedes parar. Aquí os presento una receta que sabe bastante parecida al original pero que, repito, no es igual. 

INGREDIENTES :

2 placas de hojaldre
500 ml de nata para montar, mínimo 35% de materia grasa (MG)
200 gramos de azúcar blanca granulada
10 yemas de huevo (en efecto, una barbaridad. Suelo comprar yema pasteurizada Pascual o Campomayor porque si no me encuentro con 10 claras y a veces no tengo en qué usarlas)
50 gramos de maizena (fécula de maíz) o almidón, al gusto. (es para espesar)
1 limón
1 palo de canela

Para hacer estos pastelillos empleo un molde de silicona para cupcakes que compré en Amazon (ver aquí) pero son fáciles de encontrar en cualquier tienda. Salen un pelín más pequeños que los pasteles originales pero mayores que los moldes clásicos de magdalenas.


Usando un vaso normal de beber agua cortáis un círculo en la placa de hojaldre veis si encaja en el molde que tengáis. Debe cubrir el fondo y subir por las paredes, bien pegado a las mismas. Si no es así usad otro tipo de vaso, más grande o pequeño.

Una vez tenéis el vaso adecuado, vamos cubriendo todos los moldes con las láminas de hojaldre. Pincháis el fondo con un tenedor para que no suba demasiado y los dejáis reposar un rato (media hora al menos) para que se adapte bien a la forma. Lo mejor es dejarlos reposar en el frigorífico.

Ahora mezclamos las yemas con el azúcar añadiendo la maizena y cuando estos tres ingredientes están homogéneos se incorpora la nata.

Estos líquidos se llevan a una cazuela a fuego bajo añadiendo la piel del limón sin la parte blanca - que amargaría - y el palo de canela. Sin dejar de remover mantenemos hasta que sale la primera burbuja del hervor. Como se trata de nata, si hirviera se podría cortar. También se puede hacer con leche entera pero entonces sí que debería espesar más con un cierto tiempo de hervor. De hecho si lo hacemos con nata habrá espesado poco al fuego pero ya lo hará en el horno. Hacerlo con nata para montar le da un plus de sabor y suntuosidad.

Con la mezcla de la cazuela, que será bastante líquida y cuando haya templado, rellenamos los hojaldres en dos terceras partes (al hornear aumenta bastante).

Precalentamos el horno a 250 grados y horneamos 15 minutos o hasta que se doran. Al principio subirán bastante para luego, a retirar, bajar por el centro y quedar un poco desbordados por los lados.

Se dejan enfriar, se desmoldan y listos para comer. Están de fábula.

Si se quiere se sirven con canela espolvoreada por encima o azúcar glass, al gusto.